Otro pibe

El chico se agarra el pitito, mira el árbol pero vuelve sobre el taxi, abre la puerta y, como puede, pide unas monedas; algo recibe que no cuenta y junto con la mano, van al bolsillo.
El pitito y las monedas bien agarradas, el árbol y las ganas. Ve que se le va otro taxi y se resigna. Aguanta otro poco...
Resignarse a los siete. Como jugar de arquero y que mientras todos corren, que todos pateen, hagan goles... uno con las manos, paradito al frío y cuando viene la globa, con las manos. Resignación.
Sasha espera sin paciencia hasta que llega su turno. El nene le abre la puerta como a todo el mundo; ropas de nenes bien en la piel del pobre. Pantaloncito de corderoy y buzo de plush sin hacer juego, en plena primavera.
Unas cuadras después el auto se detiene por un semáforo en rojo y Sasha queda mirando a alguien que da vueltas mirándose las manos, alrededor de una parada de ómnibus.
¿Cuenta las monedas o se lee el destino? – Pregunta muy seria y preocupada porque el semáforo amenaza cambiar dejando el cuadro sin final.
-- Las dos cosas. – Contesta el taxista que esperaba hablar de lo que sea. – Son lo mismo...
De pronto el hombre en la vereda estornuda de golpe dejando caer algunas monedas. Se mueve como convulsionado, parece bailar, se toma la cabeza con el puño apretando bien los cobres. La cabeza y las monedas bien agarradas, mira por la alcantarilla y se lamenta.
Ella se ríe y sigue leyendo. El taxista baja un poco el volumen de la radio e insiste una conversación. No se produce; tiene que bajar. Venezuela al cuatrocientos. Paga y baja temblorosa.